Mientras el ser humano constata, una vez más, su incapacidad de afrontar los acontecimientos claves de la Historia valiéndose únicamente de sus propios recursos, el enfermizo mundo actual da crecientes señales de estremecimiento.
No es la primera
vez que la humanidad enfrenta graves desafíos, ni será la última.
Se multiplican
los estudios científicos que presentan previsiones horribles: meteoritos,
epidemias o desastres climáticos capaces de barrer en cualquier momento al hombre
de la faz de la tierra... Y, a pesar de ello, la Historia continúa.
La novedad de
nuestros días consiste, quizá, en la falta de fe que, a nivel global, se
constata en las almas. En tiempos pasados se multiplicaban procesiones, devociones
y penitencias. El empeño en aplacar a un Dios airado por la perversidad de las
costumbres se extendía hasta los paganos. Así lo hicieron, por ejemplo, los
habitantes de Nínive, conmovidos al oír la voz del profeta (cf. Jon 3, 4-9).
Sin embargo, hoy día muchos de los que se llaman cristianos no poseen ni
siquiera la sensibilidad religiosa que animaba a aquel pueblo idólatra.
Dios nunca
abandona a su pueblo. En los momentos de gran calamidad envía a almas
providenciales a las que les incumbe la tarea de alertar a los hombres y mostrarles
el camino de la santidad. Por medio de ellas ofrece al mundo, una vez más, la salvación.
Es lo que ocurrió con Santa Catalina de Siena en una época especialmente
crítica de la Historia de la Iglesia.
Las voces que
traen de parte de Dios la solución para las crisis más graves son, no obstante,
raramente escuchadas y muchas veces perseguidas. No es de extrañar, por tanto,
que “si al dueño de casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados!” (Mt
10, 25). Esas almas proféticas siguen, así, las huellas de aquel que, habiendo
amado a los suyos “hasta el extremo” (Jn 13, 1), no fue recibido por ellos (cf.
Jn 1, 11).
Santa Catalina de Siena |
La situación
actual sorprende también por su similitud con el caos que se siguió a la
crucifixión. Un clima de pánico, inseguridad y desorientación envolvió a los seguidores
de Cristo a causa de su falta de fe, hasta el punto de que muchos pensaron desistir,
como hicieron los discípulos de Emaús.
Estos últimos
prefiguraban a los cristianos de hoy que, creyendo haber sido defraudados por
Dios, decidieron hundirse nuevamente en el ateísmo práctico del cual Jesús los
había liberado.
Abandonando el lugar donde la Iglesia se encontraba reunida,
tomaron el camino de vuelta hacia sus casas; pero el Redentor no desistió: fue
en su búsqueda, deseoso de que se arrepintieran y se salvaran.
Aunque no todos
responden como esos discípulos cuando son abordados por el divino Maestro. En
la mayoría de los casos es ignorado, despreciado e incluso increpado. Aun
cuando, como profetiza el Apocalipsis, los hombres sufren merecidos castigos,
en vez de cambiar de vida, se rebelan y maldicen a Dios (cf. Ap 16, 8-11).
El Señor
profetizó guerras, “hambre, epidemias y terremotos en diversos lugares”,
advirtiendo de que “todo esto será el comienzo de los dolores” (Mt 24, 7-8).
¿Estaremos
viviendo ahora ese tiempo? En cualquier caso, nuestra salvación nunca vendrá de
soluciones humanas, sino de una fe auténtica en Dios, propia a engendrar verdaderas
obras de conversión.