viernes, 26 de octubre de 2018

Comentarios al Evangelio del XXX Domingo del Tiempo Ordinario (domingo 28 de octubre) -Ciclo B- por Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, EP*


[…] “¡Señor, que yo vea!”
¿Si me analizo, con toda honestidad de conciencia, no encontraré en el fondo de mi alma alguna sombra donde la luz de lo sobrenatural no llega, uno u otro reflujo donde no penetra la voz de Dios? Este es el momento de imitar al pobre Bartimeo. El mismo Jesús continúa aquí, en la Tierra, en los tabernáculos de las iglesias. ¿Por qué no aprovechar una ocasión para acercarme a Él y pedirle el milagro? Debo temer que Jesús pase y no vuelva, y gritar continuamente, porque Él oye mejor los deseos calurosos...
Imitar la actitud de Bartimeo
Tengamos como seguro este principio: siempre que un ciego de Dios abraza el camino de la conversión, "la multitud" intenta disuadirlo de proseguir, haciendo todo lo posible para crearle obstáculos.
Desgraciadamente, a esa "multitud" de mundanos se asocia la multitud de sus propios pecados y pasiones, para hacerlo silenciar. También aquí es oportuno imitar la actitud de Bartimeo, es decir, no sólo no ceder a las presiones, sino por el contrario, redoblar en ardor, esperanza y deseos. De esta forma, no tardará en comprobar la realidad de la convicción del Apóstol: "Todo puedo en Aquel que me conforta" (Flp 4, 13).
La Humanidad necesita urgentemente volver a la Santisima Virgen Madre de Dios
"¡Señor, que yo vea!", debe ser el pedido de quien esté inmerso en la tibieza y sobre todo de quien es ciego de Dios. Bartimeo no pidió la fe, porque ya la poseía. Su ceguera era simplemente física.

Examinemos nuestras necesidades espirituales y pidamos todo a Jesús. Sin dudar, aguardemos incluso el milagro, pues Él nos asegura: "Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, yo lo haré" (Juan 14, 13).
La fe se va convirtiendo en el privilegio de minorías
El número de los que sufren de ceguera física, en el mundo, es insignificante, en comparación con los ciegos espirituales. La ceguera de corazón alcanza una cantidad alarmante de personas en nuestros días. La fe se va convirtiendo en el privilegio de las minorías. Hay ciegos no sólo en los caminos de la salvación, sino incluso en las vías de la piedad. Estos llevan una vida pseudo tranquila, sumergidos en los peligros de la tibieza; cometen faltas, pero consiguen muchas veces, a través de innumerables sofismas, adormecer sus conciencias, no experimentando más los benéficos remordimientos. Se confiesan por pura rutina, comulgan sin dar el debido valor a la sustancia del Sacramento Eucarístico, rezan sin devoción...
Jesús cura la ceguera de Bartimeo
Y, -¿quién diría? - hay ciegos entre los que abrazaron el camino de la perfección, pero dejaron de aspirar a ella, contentándose con una espiritualidad mediocre, escuálida e infructuosa. Ellos no hacen nada para alcanzarla, buscándola donde ella nunca se encuentra.
Pureza de corazón
En fin, para no ser ciego de Dios, hay que ser puro de corazón. Una de las principales causas de la ceguera de nuestros días es la impureza. Nuestro Señor dice en el Sermón de la Montaña: "Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios" (Mt 5, 8).
No se trata exclusivamente de la virtud de la castidad sino también, mucho de la recta intención de nuestros deseos. Tanto una cuanto la otra se hacen raras a cada nuevo día, en esta era de progresiva ceguera de Dios…
Estas son algunas de las razones por las que la humanidad necesita volver urgentemente a la Santísima Madre de Dios, presentando por medio de Ella, al Divino Redentor, el mismo pedido de Bartimeo: "¡Señor, que yo vea!"
(Monseñor JOAO SCOGNAMIGLIO CLÁ DIAS, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II, Librería Editrice Vaticana)