martes, 25 de septiembre de 2018

El imprevisto papel de la confusión - Editorial de Revista “Heraldos del Evangelio”, Septiembre de 2018


En el mundo en que vivimos, y en el que se multiplican incesantemente los conflictos de intereses, nada más común que el desentendimiento entre las personas. Este nace de la contraposición de visiones de las distintas partes: uno entiende las cosas de una manera, otro las entiende de manera diversa…
La consecuente falta de consenso puede resultar en una mera desavenencia, o llegar hasta el homicidio.
Cristo nos dice: "Que vuestro lenguaje sea sí, sí; no, no".
Para armonizar el desentendimiento, es necesaria al menos la consideración de un objetivo común, pues la conformidad en cuanto al fin supera el desacuerdo sobre los medios. Pero cuando no hay consenso ni siquiera en relación a los objetivos, el choque es inevitable.
Sin embargo,
el peor factor de desentendimiento es la confusión. Para encontrar la solución de cualquier problema es necesario empezar por verlo con claridad. De lo contrario, la posibilidad de resolverlo queda bloqueada desde el principio e, incluso hallando la salida, estaríamos impedidos de llegar hasta ella, pues ninguna solución - por mejor que sea - logra aplicarse con éxito en una situación confusa. Por este motivo, crear confusión es la forma más efectiva de destruir aquello contra lo cual no se puede embestir directamente.
Ahora bien, el mundo moderno demuestra, cada vez más, estar entregado a lo  que podríamos llamar globalización de la confusión. Ella se hace presente en todos los campos de la actividad humana, tanto a nivel individual como a nivel social, político, religioso, intelectual y cultural. Y mientras Cristo llama a los hombres a ser "sí, sí; no, no, el príncipe de las tinieblas lucha por acostumbrarlos a la constante negación del principio de no contradicción.
Así, la barrera entre lo verdadero y lo falso va cayendo de tal modo que lo que era correcto ayer hoy es considerado errado, y viceversa. En esta inversión sistemática de paradigmas, el hombre se acostumbra a vivir en un contexto en el que es normal suceder lo que antes ni siquiera se pensaba. Esto prepara, a su vez, una situación en la cual aquello que nunca debería ser, sea proclamado como normal.
Por lo tanto, ¿el caos y la confusión actuales pueden ser considerados meras consecuencias de la decadencia que viene sufriendo toda civilización? ¿O como una campana de humo destinada a encubrir la constitución de un nuevo estado de cosas, donde todo sea subvertido?
Por otro lado, ¿es legítimo creer que la confusión pueda tener como fruto una renovación de las cosas según los planes de Dios?
La respuesta es sí, pero no por medio del esfuerzo humano. Será necesario un verdadero milagro, de los mayores que la Historia haya conocido. Dios lo hará, no por causa de nuestros méritos, sino en atención a la gloria de su santo nombre. Basta para esto que, exista en la tierra un solo hombre verdaderamente justo, pues la Historia nos demuestra que, de tal varón todo puede renacer  en un giro. Éste, por su parte, bien podría también estar oculto dentro de la confusión del mundo actual…
Fuente: Heraldos del Evangelio