5 Yo soy la vid, ustedes las ramas. Aquel que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí nada pueden hacer.
Este es uno de los más característicos versículos sobre nuestra absoluta dependencia de la gracia para realizar cualquier acto sobrenaturalmente meritorio. En el II Concilio Milevitano (416) y en el XIV Cartaginés (418) fue subrayada esa afirmación de Jesús haciéndose notar que Él no dijo que sea difícil hacer algo sin su concurso, sino que imposible: “Sin mí, nada pueden hacer”.
6 Si alguien no permanece en mí, será podado como las ramas, se secará; después la recogerán, lanzándola al fuego y arderá.
San Agustín, de forma sintética, pone luz sobre este versículo:
"La leña de la vid es tanto más despreciable si no permanece en la vid, cuanto más gloriosa si permanece en ella”. De ella dice el Señor, por el profeta Ezequiel que, cuando cortada, no tiene ningún uso para el agricultor, ni con ella se pueden hacer trabajos de carpintería (Ezequiel 15, 5). Sólo le compete uno de estos dos destinos: la viña, o el fuego. Si no está en la vid, estará en el fuego. Para no estar en el fuego, debe pues, conservarse en la vid”. [14]
7 Si permanecen en mí, mis palabras permanecerán en ustedes, pidan todo lo que quieran que les serán concedido.
Esta promesa de Jesús es conmovedora, como bien lo afirma el cardenal Gomá, Dios de cierto modo, obedecerá a los pedidos que le hagan, como fruto de esa permanencia en Cristo. Es necesario, sin embargo, guardar sus palabras con amor y reflexión y colocarlas en práctica, a ejemplo de la Santísima Virgen, que “conservaba todas las cosas, guardándolas en su corazón” (Lucas 2, 19).
Observadas las condiciones enunciadas en este versículo, la consecuencia será la de una plena unión con Cristo. Siendo así, los pedidos serán infaliblemente formulados de acuerdo con los deseos de Él y, por tanto, siempre atendidos.
La más alta alabanza que se pueda dar a Dios
8 En esto es glorificado mi Padre: en que den mucho fruto y sean mis discípulos.
La verdad contenida en este versículo nos lleva a concluir que el propio Dios lucra –ad extra, claro- en esta permanencia mutua.
Ad intra, la gloria de Dios es intrínsecamente absoluta, pero aquí está realizada la finalidad de las creaturas inteligentes, ángeles y hombres, o sea, tributarle la gloria formal extrínseca. La más alta alabanza que se pueda dar a Dios se encuentra en las buenas obras. Además, al ser conocidas por los otros, ellas incitan a la imitación. Y esa gloria consiste no sólo en la multiplicidad de los buenos frutos, sino también en nuestra calidad de discípulos de Cristo – como lo fueron los apóstoles y muchos otros a lo largo de dos milenios-, o sea en ser verdaderos heraldos del Evangelio por la palabra y por el ejemplo.
[14] Evangelio de San Juan comentado por San Agustín, Coimbra, 1952, v. IV, p. 186.
(Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II Librería Editrice Vaticana)
Fuente: Comentario al Evangelio del V Domingo de Pascua, por Monseñor Joao S.Clá Dias, EP
*Fundador de los Heraldos del Evangelio