jueves, 11 de agosto de 2016

COMENTARIOS AL EVANGELIO DEL XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Domingo 14 de agosto de 2016
Por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP
La Liturgia de hoy nos repite el llamamiento del Salvador, ahora dirigido a cada uno de nosotros.
Con la misma caridad con que hablaba a sus discípulos, Jesús nos invita a dejarnos consumir como una llama de alabanza y adoración a Él, recibiendo el fuego sagrado que ha traído al mundo. Abramos nuestras almas a este incendio renovador que quema los egoísmos, subsana los problemas, eleva las mentes al deseo de las cosas celestiales y transpone las barreras de la falta de confianza, de fe y de ánimo. Basta una leve correspondencia nuestra a ese amor para que se operen maravillas, el poder de las tinieblas sea vencido y se consolide el polo del bien. Y cuando el viento contrario de la división sople sobre nosotros, tengamos presente que Jesús ya lo anunció y no nos negará las fuerzas para obtener la victoria, pues los malos no pueden triunfar sobre el fuego de la integridad, de la inocencia, de la radicalidad a favor del bien; en una palabra, de la santidad.
Con cuánto pesar verificamos que la humanidad de nuestros días está despeñada en un insondable abismo de pecado y, más que nunca, necesita una purificación. La gravedad de las ofensas cometidas contra Dios y los riesgos de condenación eterna por los que pasan las almas indican la indiferencia de muchos ante el mensaje salvífico del Evangelio. En esa coyuntura cabe una pregunta, un examen de conciencia: ¿En qué medida hemos colaborado para revertir ese cuadro? ¿Cuál ha sido nuestra generosidad ante tal panorama, cuya solución consiste en una entrega total de nuestra vida a Cristo, hacia la cual debemos caminar con santa ansiedad?
La Santísima Virgen nos ofrece un extraordinario ejemplo de amor fervoroso y desapegado. Ella, consumida por la caridad, se preocupaba por el estado del mundo, por las almas que se perdían y deseaba cooperar en la conversión de la humanidad. Al considerarse nada, María ardía de celo y, por esta razón, fue visitada por el Arcángel San Gabriel, que le trajo el premio de su ferviente amor: la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad en su seno.
Según comenta el profesor Plinio Corrêa de Oliveira, “la principal alegría de Nuestro Señor durante su vida terrena era una lámpara encendida en la casa de Nazaret: el Corazón Sapiencial e Inmaculado de María, cuyo amor excede al de todos los hombres que hubo, que hay y que habrá hasta el fin del mundo”.  Pidamos a la Santísima Virgen que se digne transmitirnos una centella de la ardiente caridad de su Corazón, a fin de que su Divino Hijo nos utilice como instrumentos fieles en la propagación de ese fuego purificador por toda la faz de la Tierra.
(Cfr. “Lo inédito sobre  los Evangelios”, Vol V, Librería Editrice Vaticana)

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