Mensaje silenciado por los que deberían gritar, y obscurecido por el engaño de los que conocían la verdad.
La Virgen quiso
hablar al inicio del siglo XX
Dentro de las diversas apariciones de la Santísima Virgen a lo largo de la historia, podemos afirmar que, en las ocurridas en Fátima, Portugal, en 1917 a los tres niños – Lucía, Jacinta y Francisco –, vemos con más claridad a María Santísima como Reina de los Profetas.
“Soy del Cielo”, “Soy la Señora del Rosario”, fueron los nombres con los cuales se iba identificando. “Ella vino – nos relata Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, fundador de los Heraldos del Evangelio – en persona, para recordar verdades olvidadas, como la existencia del infierno, y amenazar a los hombres con castigos terribles si no recondujesen sus vidas por el camino de la justicia. Nuestra Señora quiso hablar en el inicio de un siglo que se caracterizaría por el silencio de los que deberían gritar, o peor aún, por el engaño de aquellos que, conociendo la verdad, procurarían obscurecerla porque sus obras eran malas (Jo 3, 19). El Mensaje de Fátima, tantas veces deformado, se revela puntiagudo e incómodo”. (“¡María Santísima! El Paraíso de Dios revelado a los hombres”, Tomo III, p. 112).
Las profecías se
cumplen…
Si hacemos una relectura de las profecías contenidas en el
Mensaje comunicado a los pastorcitos – que es bueno sepamos que eran
analfabetos – quedamos impactados verificando que, gran parte de ellas,
ocurrieron de forma exacta a la anunciada.
En el texto conocido de la tercera aparición, acontecida en
julio, podemos ir confirmando el cumplimiento de las previsiones: “la guerra
(Primera) va a acabar los soldados
volverán en breve a sus casas” y así ocurrió en el mes de noviembre; “pero, si
no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor”, como
acaeció con la Segunda Guerra; si hasta indicaba los prolegómenos cuando
precisamente el Papa reinante era Pío XI; y -más aún- cómo sería presagiada:
“cuando veáis una noche alumbrada por una luz desconocida, es la señal que Dios
os da que va a castigar al mundo por sus crímenes”, aconteció una aurora
boreal, vista en casi toda Europa. Dando, finalmente, las características del
castigo: “por medio de la guerra, el hambre y las persecuciones a la Iglesia y
al Santo Padre”.
Trincheras durante la Primera Guerra Mundial |
...pero algunas aún no han ocurrido
Mucho se ha cumplido, otros aspectos aún no han ocurrido o
están aconteciendo en parte, recorramos algunas de las afirmaciones:
- “El Santo Padre tendrá que sufrir mucho”. Misteriosas
palabras, de las cuales no sabemos qué expresar. Podrá ser motivo de elucubraciones en otra
oportunidad.
- “Varias naciones serán aniquiladas”, no lo hemos visto; si
bien que no deja de preocupar la ocurrencia de tantas catástrofes naturales
extendiéndose a lo largo del globo (pandemia Covid-19, terremotos,
inundaciones, huracanes, incendios, ciclones, plagas de insectos, etc.). Sí
tememos que sea como un inicio de acontecimientos previstos. En enero de 1944,
la Hermana Lucía, única sobreviviente de los tres pastorcitos, tuvo una visión
sorprendente. Estando de rodillas rezando ante el Santísimo Sacramento, vio
“montañas, ciudades, villas y aldeas, con sus habitantes que son sepultados. El
mar, los ríos y las nubes se salen de sus límites, se desbordan, inundan y
arrastran consigo, en un remolino, viviendas y gente en número que no se puede
contar. ¡El odio y la destrucción provocan la guerra destructora!”
- “Guerras”, los peligros de una guerra mundial de carácter
nuclear – “destructora” -, no es tan alejada de la realidad. A todo momento
estamos viendo pequeños, y no tan pequeños, síntomas.
- “Persecuciones a la Iglesia”, a todo momento, surgen
noticias, parecieran sus comienzos.
Anuncio, pedido,
advertencia, castigo y premio
El mensaje de Fátima es una profecía, no oficial, pero sí
auténtica, con todas sus características. Si lo tuviésemos que resumir en pocos
términos, sería con cinco palabras: anuncio, pedido, advertencia, castigo y
premio.
Es decir, la denuncia de una era histórica culpable y pecaminosa; el pedido de renunciar a esa situación; la previsión de un castigo caso ese estado de cosas no sea abandonado; la proclamación de una nueva era histórica, que sólo vendrá después de la penitencia y conversión de los hombres.
Dentro de este panorama de avisos proféticos que hace Nuestra
Señora, quiero destacar una frase – en medio de las posibles catástrofes que
podremos presenciar -, que nos abre un camino de esperanza. Es el premio, su
firme y maternal promesa: “por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará, y será
concedido al mundo algún tiempo de paz”.
Grandiosa época histórica profetizada por tantos santos,
principalmente San Luis María Grignion de Montfort, al decir que “ocurrirán
cosas maravillosas en este mundo”. Acontecimientos que traerán tiempos
benditos, en que el Cielo se unirá a la tierra, los infiernos serán derrotados
y los ángeles se juntarán a los hombres para cantar: ¡Gloria a María en su
Reino, pues su Inmaculado Corazón triunfó!
“Será un reinado de clemencia, piedad y dulzura de Nuestra
Señora. Así como en los días actuales se inhala en cualquier parte el aliento
pestilente e inmundo, caracterizado por la rebelión, por el igualitarismo y por
la sensualidad desvergonzada; durante el Reino de María se respirará el suave
perfume de la presencia y de las virtudes de la Reina Celestial, sea en las
almas y en los ambientes, sea en las costumbres y hasta en las civilizaciones”
(Mons. Joao S. Clá Días).
Nos encontramos en un momento decisivo de la historia, donde
Dios nos apunta dos caminos: uno, para aquellos que quieran entrar en el reino
de su Santísima Madre; y otro, para aquellos que prefieren continuar en el
reino hecho de pecado.
Para los que quieran hacer parte del Reino de María, la
solución es oír a aquellos que sean los auténticos portavoces de la Virgen y
seguir sus consejos, sus palabras, con un corazón renovado. Entrarán por el
camino de la salvación.
Será el Reino de María. Reino de pureza y de bondad del
corazón materno de la Madre de Dios, reino de gran esplendor, tanto en la
sociedad temporal como en la Iglesia, por la abundancia de gracias derramadas
por el Espíritu Santo.
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