Aun estando compuesta por
hombres, y siendo su objetivo —además de la gloria de Dios— la salvación de
éstos (cf. CCE 824), la Iglesia posee, sin embargo, un origen, una esencia y
una vida toda divina (cf. CCE 813), al ser el Cuerpo Místico de Cristo.
Viviendo en medio de
las luchas y dificultades de los hombres, nunca se deja manchar por sus
acciones. Esta es la razón por la cual, al pasar por períodos de terribles
crisis que podrían aparentemente desfigurarla para siempre, la Esposa de Cristo
resurge rejuvenecida, engalanada con nuevos títulos de gloria. De cada llaga
reluce una joya.
En ello verificamos
una regla de la Historia y de la acción de Dios: tras una misteriosa
renovación, para cuyo proceso la Iglesia encuentra en sí toda la vitalidad
necesaria, su perfección se ve fortalecida y enriquecida precisamente en
aquellos puntos en los que más se ha intentado deshonrarla.
Las Escrituras nos
muestran cuántas dificultades hubo en la religión judaica, prefigura de la
Iglesia, para mantener la fidelidad del pueblo en la adoración del único Dios
verdadero.
Después de la Encarnación, esa lucha fue superada con la propia
fundación de la Iglesia que, a su vez, tuvo que enfrentar diversas herejías a
lo largo de los siglos. No obstante, del combate a cada una de ellas la Esposa
de Cristo salía aún más robustecida en su fe y acrisolada en su doctrina.
Misa en la Basílica Nuestra Señora del Rosario, Caieiras, Brasil |
Así pues, ¿cuál será
la fisonomía de la Iglesia en el siglo XXI? Sólo el futuro lo dirá, pero desde
ya podemos deducir, de sus actuales tribulaciones, los aspectos que más
relucirán tras su re-erguimiento. ¿Qué es lo que más le hace sufrir hoy? ¿La
indiferencia de sus hijos? Entonces se encontrará marcada por la fidelidad. ¿La
indignidad de algunos ministros? Brillará, pues, por la integridad. ¿La
ingratitud de la humanidad? Será, por tanto, honrada por todas las naciones.
¿La saña de sus enemigos? Enseguida vendrá un período de victoria como jamás
conoció. Se abrirán las nubes y rayará sobre ella el Sol de Justicia,
revelándola como vencedora, lista para nuevos triunfos (cf. Ap 6, 2).
Será la esposa
perfecta, la nueva Jerusalén, adornada para el Esposo (cf. Ap 21, 2),
“gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada” (Ef
5, 27). Será toda ella revestida “de la gloria de Dios” (Ap 21, 11), y sus
excelencias sobrenaturales podrán compararse a las piedras preciosas y al oro
puro (cf. Ap 21, 18-19). Sus ministros serán, verdaderamente, sal de la tierra
y luz del mundo (cf. Mt 5, 13-14) y “las naciones caminarán a su luz” (Ap 21,
24).
A fin de cuentas,
ocurra lo que ocurra, ¡la Iglesia tiene la promesa divina de que las puertas
del Infierno no prevalecerán contra ella (cf. Mt 16, 18)!