Hay un primer aspecto de la realeza de Nuestra Señora que se refiere a la que es ejercida por Ella en el cielo. Esa realeza consiste en que la Santísima Virgen fue exaltada por encima de todos los santos y los Ángeles, sobre los cuales posee un verdadero imperio.
No debemos entender esa soberanía como la de una reina
madre terrena, que por ser madre del rey goza de una situación eminente en la
corte, pero no posee el poder de mando. María Santísima, al contrario, fue instituida
Reina de toda la Creación, y Dios le dio, de hecho, el gobierno del universo,
del que hace parte el dominio sobre los espíritus celestes, de manera que los
Ángeles, aunque superiores a Ella por naturaleza, le obedecen haciendo su
voluntad en todo.
Así, María es verdaderamente la Reina de los Ángeles y de
los santos, como también del género humano y de la Iglesia Católica. No hay en
la creación absolutamente nada que no esté colocado bajo del cetro de Nuestra
Señora.
En la tierra, la realeza de María se ejerce principalmente
en cuanto siendo Ella la Medianera de todas las gracias. Una vez que es Madre
de Jesucristo, todos los pedidos suben hasta Dios por medio de Ella, y todos
los favores y dones nos vienen de Dios por su intermedio. La Santísima Virgen
posee la omnipotencia suplicante, pues por sus súplicas consigue absolutamente
todo cuanto quiere, y nunca se oyó decir que un pedido de Ella no fuese
plenamente atendido.
Todo eso hace de la Santa Virgen María la verdadera Reina.
Ese es el título por el cual nos consagramos a Ella como esclavos, que
constituye un conjunto de atributos según los cuales Ella merece, de hecho,
nuestra incondicional obediencia.
Por consiguiente, la restauración de la realeza de Cristo
en el mundo es la restauración del reinado de María. Sin embargo, como en todas
las épocas de la Historia de la Iglesia hay algunas verdades que brillan más
que otras, esa realeza de Nuestra Señora se ha explicitado mucho, y cada vez
más, a partir de San Luis Grignion de Montfort hasta Fátima, donde Ella
anunció: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará”. Si María triunfa,
evidentemente como triunfadora reinará, pues uno de los títulos por los cuales
una persona es investida legítimamente de la realeza es la conquista en una
guerra justa.
Nuestra Señora anuncia un título nuevo para su reino: Ella
vencerá, es el talón de Ella que, una vez más, aplastará la cabeza de la
serpiente, quebrará el dominio del demonio e implantará el Reinado de su
Sapiencial e Inmaculado Corazón.
Por lo tanto, el sentido de nuestra consagración a María es
de no hacer ni un solo acto que no tenga en vista restablecer el reinado de
esta soberana Señora, haciéndola triunfar, aplastando las fuerzas de la
Revolución. Nuestra posición es de esclavos militantes de una Reina que está en
guerra y a quien debemos defender contra sus adversarios, luchando continua e
incesantemente hasta que venga el Reino de María.
En la actual era histórica, la autenticidad de esa
consagración se pone en estos términos: luchar por la Virgen, suplicándole las
fuerzas necesarias para llevar esa lucha hasta el fin.
Estas serían las consideraciones que la proximidad de la
Fiesta de Nuestra Señora Reina sugiere.*
* Cfr. Conferencia del 29/5/1964.
Fuente: Revista Dr. Plinio, N°52 Agosto de 2022
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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