Redacción (Gaudium Press) La guerra entre Rusia y Ucrania avanza con peligros crecientes, para ellos y para el mundo. Cuando la fuerza de la guerra nuclear entra en el orden del día, surge todo tipo de terror.
La puesta en escena mundial está cada día más definida,
aunque cause mucha perplejidad el silencio en el que, hasta ahora, ha estado la
actitud del otro gigante asiático, China, cuya acción -quizás capital- podría
inclinar la balanza de los hechos hacia uno u otro lado.
A grandes rasgos, el conflicto entre Rusia y Ucrania ha
perfilado una situación muy preocupante, moral y civilmente hablando: del país
comunista, cuyas páginas de su historia registran una de las más sangrientas y
odiosas persecuciones a la Iglesia católica, surge la tentativa de suplantar
esa imagen por la de un títere, defensor de la moral y los buenos principios;
sin embargo, a base de tiros y bombas. El susto causado en la opinión pública
es grande, y su personaje empieza a ser cuestionado con más cautela.
Sin embargo, este mundo, que había estado observando y
admirando el progreso ruso, ahora apoya en gran medida a la indefensa Ucrania,
elegida para ser el tablero de ajedrez entre aliados y enemigos.
Inevitablemente, por tanto, surge la necesidad de elegir a alguien; y he aquí
el peligro civil que puede espesar el caldo en favor de una contienda universal.
De hecho, cuando se quiere cambiar los cimientos del mundo y
sus líderes, nada es más efectivo que una guerra…
En estos momentos de tensión, es imperativo mirar a los
líderes mundiales y hacer un balance de lo que ha sido y de lo que está siendo,
para tratar de llegar a una opinión conclusiva de lo que será. En la última
década, si los fieles católicos pudieron escuchar un sinfín de discursos
reclamando la paz, es precisamente eso lo que falta.
Al pretender el advenimiento de la reconciliación -entre naciones
y religiones- es la división la que comienza a reinar.
Entonces, ¿habrían sido los llamados al orden mundial, ya
tan gastados, los promotores de enfrentamientos nucleares, a pesar de los
contactos diplomáticos?
En este panorama ensombrecido por la duda y la
incertidumbre, cuyo final -salvo intervención divina- apunta a una tercera
guerra mundial, ¿quiénes serán los responsables?
Si un pastor, al ver que los lobos voraces olfatean su
rebaño para atacarlo, se preocupa por ahuyentar a las abejas que lo molestan,
en vez de defenderlo, ¿estaría cumpliendo con su oficio?
La ocurrencia de los hechos se encamina, por tanto, a un
cambio de vientos, poniendo el énfasis ya no en Estados Unidos y las potencias
europeas, sino en aquellas que tendrían alguna capacidad para igualarlos:
Rusia, China y Brasil.
Cuando surjan estos tres países continentales, la
convergencia de los acontecimientos sin duda dará lugar a un giro hacia el
campo religioso, ya que los rumores de las conocidas –o mejor dicho,
desconocidas– profecías de Fátima [1] indican algo del protagonismo ruso, del
mal que se extendería, y ya se está extendiendo, por todo el mundo en
connivencia con otras naciones, por supuesto; y el papel singular y admirable
de Brasil, tierra de promesas y arraigada fe católica.
En todo caso, el futuro de la humanidad dependerá del tercer
secreto de Fátima y de la [presumible] tercera guerra mundial.
Por ahora, se cree que Rusia vencerá en la refriega; China
buscará aprovechar las circunstancias para conquistar la mayor injerencia
comercial y financiera en el mundo -particularmente después de la guerra- y
Brasil, proyectado a nivel mundial.
Por Bonifacio Silvestre
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[1] En 1917, en una de sus apariciones, Nuestra Señora pidió
la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón y la comunión reparadora los
primeros sábados. Si sus solicitudes fueran atendidas, Rusia se convertiría y
el mundo tendría paz; de lo contrario, esparciría sus errores por el mundo,
promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia.
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