“La familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá, como
ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias,
profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura”, con esta singular frase
comienza la Exhortación Apostólica de San Juan Pablo II, Familiaris Consortio / La Comunidad de la Familia), hace 40 años.
Transformaciones a través de las cuales –en estos momentos marcadamente – se sienten las fuerzas del mal intentando, por un lado, destruirla, y por otro, desformarla (FC, 3).
Ante tales embates, sentía el recordado Pontífice que muchas
familias permanecían fieles “a los valores que constituyen el fundamento de la
institución familiar”, pero veía penetrar otras incertezas, dudas o ignorancia
y, con relación al significado último y la verdad de la vida conyugal y
familiar, desánimo y angustia ante las dificultades crecientes.
Una dignidad que se quiere profanar
La dignidad de esta bella institución, oscurecida por deformaciones,
es “frecuentemente profanada por el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos
contra la generación” (Gaudium et Spes:
GS, 47).
Célula primera y vital de la sociedad, no se basa en
disposiciones humanas. Fundada por el Creador y en posesión de leyes propias,
la íntima comunidad conyugal “se establece sobre la alianza de los cónyuges, es
decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable” (GS, 48).
Los esposos se dan y se reciben mutuamente: “Yo te recibo
como esposo/a y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la
adversidad, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. Se han
convertido en cónyuges, unidos por un yugo libremente acogido, en una sola
esperanza. Entregándose uno al otro sin reservas, no se pertenecen más a sí
mismos. Marido y mujer pasan a ser una sola carne, un solo corazón, una sola
alma, aun en la diversidad de sexo y de personalidad. Bien afirmaba el Papa
Emérito, Benedicto XVI: “la profundidad y la belleza (del matrimonio) radican
precisamente en el hecho de que es una opción definitiva” (31-8-2006).
Nace, en esta complementariedad entre persona femenina y
masculina, semejante y desemejante, ante los hombres una institución confirmada
por la ley divina; primera escuela de virtudes sociales, “escuela del más rico
humanismo” (GS, 59), fundamental para el desarrollo de la sociedad.
La importancia de la familia es de orden social
Importa considerar que el orden social está profundamente
relacionado con el bien de la familia, que concede al mundo la grandeza de la
vocación al amor y al servicio de la vida, “llamada a santificarse y a
santificar a la comunidad eclesial y al mundo” (FC, 55).
Institución natural -de “derecho natural” diríamos en
terminología jurídica– que está ordenada al “sed fecundos y multiplicaos y
llenad la tierra” (Gn 1, 28); razón por la cual, necesariamente, tiene que ser
una alianza estable. Esta unión matrimonial forma, con sus hijos, una familia.
“Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer” (Mt
19, 5).
San Pablo utiliza la imagen del matrimonio para expresar la
relación de Cristo con la Iglesia, esa unión no temporal o experimental, sino
fiel e indisoluble: “este es el gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la
Iglesia” (Ef 5, 32).
Es crucial, hoy y siempre, pregonar los designios de Dios
con la misma creación, origen y fundamento de la sociedad humana. Al principio,
en efecto, “creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y
mujer los creó. Dios los bendijo, y les dijo Dios: Sed fecundos y multiplicaos”
(Gn 1, 27-28).
Este vínculo sagrado, mutua entrega que exige plena fidelidad e indisoluble unidad, está ordenado a la procreación y a la educación de los hijos. Marido y mujer, que por el pacto conyugal, “ya no son dos, sino una sola carne” (Mt 19, 6).
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Padre Fernando Gioia Otero, EP |
Bien saben los nuevos cónyuges, en el momento de realizar el
consentimiento legítimo comentado arriba, que el matrimonio no va a ser un caminar
de delicias tras delicias. Será un recorrido que tendrá cruces, que deben de
ser aceptadas en armonía, santificándose el uno al otro, y los dos santificando
a sus hijos. El amor madura en los caminos que tienen sufrimiento en su
recorrido. “La verdadera belleza necesita también de contraste. Lo oscuro y lo
luminoso se completan” (Benedicto XVI, Ídem).
Así, la familia será lo que sea el matrimonio, y este
ayudará para la salvación de los demás, antes que nada, del otro, de los hijos,
y de toda la comunidad.
No queda duda, por lo tanto, que la familia es un bien, una
obra divina.
Pero, a lo largo de los últimos decenios, estos principios
comenzaron a ser cuestionados, cuando no negados, escarnecidos y despreciados.
Revigorizar la familia
Alarma el ocaso de valores fundamentales en el mundo actual
que repercute en la esencia del matrimonio: la desacertada concepción de la independencia
de los cónyuges entre sí, las ambigüedades sobre la autoridad de padres, las
dificultades en la transmisión de valores, el número cada vez mayor de divorcios,
la plaga del aborto, etcétera. Unas familias sufren falta de medios de supervivencia
(trabajo, alimento, vivienda, salud); otras, en su excesivo bienestar, navegan en
el consumismo moderno. Todas, peor aún, sufren la presión de los medios de comunicación
y de redes sociales que –no pocas veces– oscurecen los valores morales basados
en los Mandamientos de la Ley de Dios.
Deseamos que esta “pequeña Iglesia” o “iglesia doméstica”,
llamada a ser signo de unidad para el mundo y a ejercer destacada influencia en
la sociedad, “vuelva a remontarse a lo más alto. Es necesario que sigan a
Cristo” (FC, 86).
Recemos, por tanto, para que la Sagrada Familia, probada por
la pobreza, la persecución y el exilio: San José, la Virgen María y Cristo
Jesús, Rey de las familias, guarden, protejan e iluminen siempre a todas las familias.
Pues, como exclamaba San Juan Pablo II, para no ceder a los espejismos
actuales: “¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!” (FC, 86).
Publicado originalmente en La Prensa, domingo 27 de junio de 2021, pág. 15, El Salvador.
Reproducido por Agencia Gaudium Press.
[El padre Fernando Gioia, EP pertenece a los Heraldos del Evangelio]
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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