Que
nuestra esperanza se fortalezca confiando que, en breve, volveremos a un convivio
próximo y cercano con las celebraciones, que ahora las tenemos a distancia y
virtualmente, lo cual no llena nuestros corazones.
Redacción
(Gaudium Press) Los primeros
cristianos tenían una participación litúrgica muy intensa, la misa dominical
marcaba la vida de sus comunidades. El “día del Señor”, es, como antiguamente
se calificaba, el “señor de los días”, el día de los cristianos, fiesta
primordial; siendo la Santa Misa, el verdadero centro del domingo. En efecto,
pues recuerda, en la sucesión semanal del tiempo, el día de la resurrección de
Cristo.
Debemos
reconocer que antes era más fácil guardar el precepto dominical, si bien que no
han faltado épocas o situaciones de peligro o de restricción religiosa, desde
los primeros siglos hasta nuestros días. Siempre ha sido un desafío, para el
corazón de los creyentes, su cumplimiento. En los días de hoy, mismo teniendo
claro que es el núcleo de sus vidas y misión de verdaderos católicos, sufren la
profunda influencia de los ritmos del mundo moderno, que los desvía de Dios
nuestro Señor.
La persecución de Diocleciano – “Sine dominico non possumus”
Si
nos remontamos al año 304, encontramos que el emperador Diocleciano prohibió a
los cristianos, con gran severidad, bajo pena de muerte, poseer las Escrituras,
reunirse para celebrar la Eucaristía y construir para sus asambleas. Los textos
sagrados eran quemados, los recintos de reunión demolidos, se prohibía oficiar
la liturgia sagrada.
Sin
embargo, valerosos cristianos desafiaban el edicto imperial. En una pequeña
localidad llamada Abitinia, cerca de la actual Túnez, 49 cristianos fueron
sorprendidos un domingo en una celebración eucarística. Arrestados, fueron
llevados a Cartago para ser interrogados. Significativa fue la respuesta de uno
de ellos al procónsul, cuando le preguntaba por qué habían transgredido la
orden del emperador: “Sin temor alguno hemos celebrado la Cena del Señor”,
“nosotros no podemos vivir sin la Cena del Señor”. Una de las mártires confesó:
“Sí, he celebrado con mis hermanos, porque soy cristiana”.
“Sine dominico non possumus”, es decir: sin reunirnos en asamblea el domingo, para celebrar la Misa, no podemos vivir, decían; agregando que les faltarían fuerzas para afrontar las dificultades diarias y no sucumbir. El domingo era parte de sus vidas.
Después
de atroces torturas fueron asesinados. Con la efusión de sangre confirmaron su
fe, murieron, pero vencieron, y son recordados en el calendario cristiano como
San Saturnino y sus compañeros mártires.
El
Papa Emérito, Benedicto XVI, siempre lleno de sabiduría, reflexionaba
rememorando este acontecimiento, dirigiéndose a los católicos del Siglo XXI:
“Ni siquiera para nosotros es fácil vivir como cristianos, aunque no existan
esas prohibiciones del emperador”, pues, el mundo de hoy, “caracterizado a
menudo por el consumismo desenfrenado, por la indiferencia religiosa y por el
secularismo cerrado a la trascendencia” (29-5-2005), lo dificulta.
En
estos momentos el mundo está en una cuarentena que – si bien presenciamos en
numerosos lugares una flexibilización de la misma – no sabemos cuándo
terminará.
Dentro
de las normas deben permanecer cerrados sitios que podrían tener aglomeración,
medida indiscutible para frenar la transmisión de esta misteriosa enfermedad.
Es de sentido común. Se han mantenido abiertas farmacias, supermercados,
bancos, ferreterías, negocios de mascotas, bancas de periódicos.
En
medio de esta pandemia, ha sido agradable a los oídos de los creyentes,
escuchar, de parte de variados presidentes: “que Dios nos proteja de esta
enfermedad y nos libre del sufrimiento”, “con Dios y su gracia, vamos a salir
victoriosos”, “hagamos un día de ayuno y de oración”, “acudamos a Dios en la
búsqueda de protección”, “necesitamos más oración”.
Bien
sabemos que una de las instituciones que cerró primero sus puertas, en
prevención ante el coronavirus, ha sido la propia Iglesia. Su colaboración fue
evidente.
Se han liberado algunas
actividades
Últimamente,
en diversos países, han sido liberadas zonas, así como momentos del día en que
se pueda salir con niños, hacer deporte individual o caminar al aire libre;
también adultos mayores en otros horarios. Se comprende, es una forma de evitar
el efecto “olla de presión” ante la situación de encierro en que se encuentran
las familias, hace casi dos meses.
En
ciertas naciones fue permitida la abertura de las iglesias, solo para ir a
rezar, evitando cualquier tipo de celebración. Esto originó el clamor de muchos
fieles diciendo: “no podemos vivir sin la Misa”. Y no sólo fieles,
recientemente, arzobispos y episcopados, han solicitado a los gobiernos las
celebraciones eucarísticas, con protocolos preventivos de separación,
mascarillas, desinfección de los espacios, número de personas. Afirman que los
templos cuentan con espacio suficiente para acomodar fieles sin riesgos de
contagio, respetando las distancias. Si un supermercado tiene condiciones de
mantener la higiene, mucho más fácil lo será en una iglesia.
El necesario encuentro
presencial
Las
peticiones fueron en aumento. Desde solicitar que se incluyan las celebraciones
religiosas en la lista de actividades “de primera necesidad”; a que “la Iglesia
tiene tanta fuerza para sanar como los médicos, éstos sanan el cuerpo, pero no
basta”, y que “una pandemia no nos puede separar de la Eucaristía” pues, “es
nuestro alimento esencial”.
Muchos
observan, con buen criterio, que, las celebraciones virtuales haya sido un
paliativo, pero, es indispensable considerar, que los sacramentos no pueden ser
administrados por medio de la tecnología. Se precisa el encuentro presencial.
La
forma “online” de acompañar la Santa Misa no es la real, muchos fieles expresan
su preocupación; no podemos acostumbrarnos a eso, la Misa no es un espectáculo,
no es una realidad virtual, debe ser celebrada con la presencia de los fieles.
Ya
podemos ver que, tras casi dos meses, en España, Italia y Alemania, han
comenzado las celebraciones eucarísticas, con reducido número de fieles. En
otros países se está dando el retorno en estas semanas. Los Santuarios de
Lourdes y de Fátima reabren sus puertas. Las Basílicas de Roma preparadas para
recibir peregrinos. Día a día, se van abriendo las iglesias.
Como
vemos, la Iglesia quiere estar cerca, respetando todo lo indicado de la mejor
manera: higiene y seguridad personal, distancia social, evitar aglomeraciones.
El
desconfinamiento ha sido y es un verdadero rompecabezas para las autoridades.
La flexibilización de la cuarentena se hace visible en varias regiones, cada
lugar con sus circunstancias propias, número de contagiados, baja del nivel de
infección.
La Misa es esencial
Estamos
en una situación en que nos ha sido quitado lo esencial: la Santa Misa. Su
ausencia – mismo que tengamos la oportunidad de asistir virtualmente – nos
ayude a valorizarla. Así purificaremos nuestros corazones en relación a la
Esposa Mística de Nuestro Señor Jesucristo, la Santa Iglesia.
Nuestro
Señor, partiendo de este mundo en el día de la Ascensión, nos prometió: “no os
dejaré huérfanos (Jn 14, 18). Ha dejado su presencia visible en la Iglesia
Católica, especialmente a través de los sacramentos.
Que
nuestra esperanza se fortalezca confiando que en breve volveremos a un convivio
próximo y cercano con las celebraciones, que ahora la tenemos a distancia y
virtualmente, lo cual no llena nuestros corazones. El reencuentro nos dará suma
alegría, siempre y cuando, vivamos estos difíciles momentos, llenos de
verdaderas nostalgias de lo que estamos privados. Purifiquemos nuestros
corazones así, cuando volvamos a las iglesias, podamos cantar con alegría el
Salmo 65: “Aclamad al Señor, tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad
himnos a su gloria”.
Por el P. Fernando Gioia, EP
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