El 23 de septiembre la Iglesia celebra al Santo Padre Pío. Eran miles y miles de devotos que se acercaban a verlo, pedir consejo, confesarse o para obtener un milagro.
De niño, Francisco Forgione "rezaba de rodillas y bien compuesto". Ya a sus cinco años tenía éxtasis y apariciones, que los ocultó hasta sus 28 años de edad, pues consideraba que acontecía, de forma ordinaria, con todas las almas. "Había sentido, desde la más tierna edad, fuertemente la vocación al estado religioso", atraído a ser como los "frailes de barba" sentíase invitado a "combatir como valiente guerrero", "contra el placer de este mundo", que intentaba sofocar la divina llamada.
Fue
el 6 de enero de 1903, a sus 16 años, que el joven Francisco llegó a las
puertas del convento en Morcone, distante a 30 kilómetros de su ciudad natal,
Pietrelcina. Recibe el hábito capuchino, su nombre será otro, hoy famoso en
todo el mundo: Fray Pío. Rezaba fervorosamente pidiendo: "Jesús me conceda
que el fervor me dure siempre, hasta que haga de mí un perfecto
capuchino". En sus primeros tiempos se distinguía por su modestia,
mortificación y gran piedad. Su director espiritual decía que Jesús lo
favorecía con celestes visiones en los comienzos de su noviciado.
Cuatro
años después de ser ordenado sacerdote, en 1914, llega al silencioso convento,
alejado del pueblo, de San Giovanni Rotondo. Poco a poco los fieles fueron
descubriendo al fraile recientemente llegado. Por su lado, el joven capuchino
progresa en su itinerario hacia Dios y, entre los fenómenos más notorios y
llenos de trascendencia ocurridos en el año 1918, tiene sus manos, pies y
costado traspasados y sangrando. Fueron las llamadas "heridas o llagas de
amor". Era la gracia carismática de la estigmatización que Dios le
concedía en beneficio de los demás, marcando el principio de un largo caminar,
durante cincuenta años, atrayendo miles y miles de devotos que se acercaban a
verlo, a asistir a sus misas, a pedir consejo, principalmente a confesarse o
que les sea intermediario para obtener un milagro.
Un día, después de
la Misa…
Fue
en la mañana del 20 de septiembre de 1918, durante la acción de gracias,
después de la celebración de la santa Misa, estando en el coro frente al
Crucifijo, nota: "De repente, una gran luz me deslumbró y se me apareció
Cristo que sangraba por todas partes. Su visión fue aterradora. Me sentí morir.
Cuando volví en mí, me encontré en el suelo, llagado. Las manos, los pies y el
costado estaban traspasados y manaban sangre, y me dolían tanto, que no tenía
fuerzas para levantarme. Arrastrándome avancé hacia la celda. Volví a mí mismo
y, al mirar las llagas, lloré, elevando himnos de gratitud y oraciones.
Imaginad –decía– la congoja que experimenté entonces y que sigo experimentando
casi todos los días".
Nunca
el Padre Pío había buscado las vías extraordinarias. Ante lo ocurrido invocaba
a Dios le retire los estigmas, verdaderas "señales del Señor". No
pedía le quite el dolor sino, "estas señales externas, que me causan una
aflicción indescriptible e insoportable".
El
padre De Ripabottoni, su antiguo biógrafo, relata: "La Divina Providencia
no cumplió este ardiente deseo de su predilecto: no retiró de su cuerpo las
señales, porque él tenía que servir de señal para los hijos de los hombres que
caminan a tientas entre tinieblas, clavado en la cruz juntamente con el Señor
crucificado".
Esto
dio lugar a que el llamado "convento de la desolación" fuese
sintiendo la llegada de torrentes de almas. La fama de santidad del Padre Pío
comenzaba a trasponer los límites de la comarca, principalmente en la intención
de poder confesarse con el "capuchino de los estigmas". Empleaba su
tiempo, en el decir del santo, en "desatar a los hermanos de las cadenas
de satanás".
El
obispo de Melfi y Rapolla expresaba el deseo de que el Señor lo conserve por
largo tiempo: "Para bien de las almas y confusión de los impíos".
Dios le había concedido –a este gran santo– el don de aliviar, fortalecer,
esclarecer y orientar a los que se aproximaban a él.
Los médicos
examinan los estigmas
Comenzaron
las opiniones de los médicos que examinaron sus llagas. Fue el doctor Luigi
Romanelli, director del Hospital de Barletta, el primero que concluyó –después
de examinarlo cinco veces a lo largo de quince meses y hacer un tratamiento
para que desaparezcan– que las heridas eran de carácter sobrenatural. Poco
después, enviado por el superior de su congregación, el doctor Amico Bignami,
del Hospital Real de Roma, que era un hombre materialista; como las heridas no
sanaban, concluía que era una necrosis de origen nervioso, sumada a una
autosugestión. A este lo sucedió el doctor Jorge Festa, cirujano de renombre y
católico, que declaró: "El origen de las llagas del Padre Pío, nuestros
conocimientos científicos están lejos de poder explicar. La razón de su
existencia está más allá de la ciencia humana".
No
podían faltar los detractores, y fue en 1920 que apareció el calificado como
"filósofo de la persecución", un famoso franciscano que había sido
médico, especializado en neuropsicología, de cierta fama. Como no tenía
autorización del Santo Oficio para examinarlo, tuvo sus planes frustrados. No
habiendo visto los estigmas afirmó que "examinado diligentemente al Padre
Pío y sus estigmas" –cosa que no fue cierta–, calificó el fenómeno de
"una condición psicopática o efecto de una simulación". Este
sacerdote, llamado Agostino Gemelli, antes de morir, escribió una carta al
Padre Pío pidiéndole perdón por la terrible relación hecha delante del Papa
sobre sus estigmas. Posteriormente el Vaticano envió tres visitadores
oficiales, que emitieron pareceres favorables al santo.
El
Papa de la época, Benedicto XV, que lo juzgaba "un hombre
extraordinario", fallece. Como no podía dejar de ocurrir, seis meses
después, el Santo Oficio, movido por falsas acusaciones, emana disposiciones
prohibiéndole mostrar o hablar de los estigmas, y, que no diera la bendición al
pueblo. Condena basada en un veredicto que no estaba justificado en un examen
objetivo.
Nadie
de los que se aproximaban a él o asistía a sus misas impugnaba esta realidad
certificada por médicos que lo habían examinado con toda profundidad y
tranquilidad. Más aún, las conversiones por su intermedio eran resonantes, las
curaciones atribuidas a sus oraciones eran asombrosas. El importante diario
romano Il Tempo titulaba: "Los milagros del Padre Pío en San Giovanni
Rotondo" (3-6-1919).
Queriendo
imponer silencio sobre el Padre Pío, hacia 1922, se inició el doloroso período
de persecución al "capuchino de los estigmas", que, como efecto
contrario, atraía cada vez más la atención, despertaba curiosidad y más fieles
llegaban al desolado lugar.
Estos fueron lo que podríamos considerar los inicios de las luchas del santo capuchino, cuyos estigmas, durante cincuenta años, fueron una demostración indiscutible y sobrenatural a la vista de todos. Dolores, incomprensiones, persecuciones, por un lado. Por otro, conversiones, milagros, predicciones del futuro, clarividencia en conocer la intimidad de los corazones. Nada en él fue para su autoglorificación. Al contrario, un testimonio de oración, sufrimiento, ejemplo, caridad, invitación a la conversión, amor a la Orden de la que era hijo y a la Santa Iglesia. Fue el Santo Padre Pío de Pietrelcina, cuya fiesta se conmemora los 23 de septiembre.
Fuente: Heraldos del Evangelio - Uruguay
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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