miércoles, 12 de diciembre de 2018

El reino del orden y de la bondad - Editorial de la Revista “Dr. Plinio” N° 6*

La extensión territorial de Brasil recoge en sí no solo una inmensa y multiforme riqueza de recursos naturales, sino, sobre todo, un universo de variados matices de personalidad. Así, vemos el perfil alegre de un nordestino, el espíritu emprendedor de un sureño o el charme de un carioca contemplando una de las más bellas bahías del mundo, como es la de Guanabara.
Con maneras de ser a veces tan opuestas entre sí, el brasileño es un pueblo unido que constituye armónicamente una sola nación. ¿Cuál es el trazo común que une personalidades tan distintas? ¿Hay en eso algún designio de la Providencia?
América Latina – comentaba el Dr. Plinio [1] – es una constelación de pueblos hermanos. En esa constelación, es inútil decir que las dimensiones materiales del Brasil no son sino una figura de la magnitud de su papel providencial.
La misión providencial del Brasil consiste en crecer dentro de sus propias fronteras, en desdoblar aquí los esplendores de una civilización católica apostólica y romana, y en iluminar amorosamente todo el mundo con la luminosidad de esta gran luz, que es verdaderamente el Lumen Christi que la Iglesia irradia.
Nuestra índole suave y hospitalaria, la pluralidad de razas de los que aquí viven en fraternal harmonía, el concurso providencial de los inmigrantes que tan íntimamente se adaptaron en la vida nacional, y, más que todo, las normas del santo Evangelio, jamás harán de nuestras ansias de grandeza un pretexto para racismos necios, para imperialismos criminales. Brasil no será grande por la conquista sino por la Fe; no será rico por el dinero sino por la generosidad.
El brasileño tiene una peculiar capacidad de apreciar y, apreciando, asimilar, lograr síntesis, excelencias de los varios pueblos, y con esto, quedar con una forma de preeminencia que es la primacía del afecto, de la bondad, del modo paciente, calmo, comunicativo de hacer las cosas.
La Bahía de Guanabara, Río de Janeiro
La Revolución armó la mentira de que el contra revolucionario no tiene eso, y que la bondad es un distintivo del liberal, pues consiste, en el fondo, en el permisivismo, en dejar que todo el mundo haga lo que quiera. Luego, quien quiere hacer leyes y normas, protegerlas con sanciones, establecer jerarquías, ese no tiene bondad.
Yo creo que la verdadera Contra-Revolución se caracteriza muy bien por inaugurar, junto con el reino del orden, el reino de la bondad, mostrando la compatibilidad existente entre ambas cosas, a tal punto que ninguna de las dos pueda suponerse sin la otra. Esa bondad es el propio modo de ser de la autoridad, del poder, de la riqueza, del talento, de la cultura que, cuando se desarrollan con coherencia, son ejercidos con bondad.
[1] “O Legionário” 7/9/1942 y conferencia del 2/10/1982
* Octubre de 2018
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