De dentro de la nube se oye la voz del Padre, que manda escuchar a su Hijo
amado. ¿Qué determina que oyesen? Aquellas predicciones que tanto querían olvidar.
Nuestro Señor había declarado que sería entregado en manos de los sacerdotes,
de los escribas, de los fariseos, que iba a padecer y ser muerto para después
resucitar al tercer día (cf. Mt 16, 21; Lc 9, 22). Ellos tenían miedo de pensar
en esto, condicionados por una visión humana de Cristo.
En ese sentido resalta Romano Guardini: "Al leer los Evangelios, quedamos
con la impresión que los discípulos no comprendieron durante la vida de su
Maestro lo que estaba en juego. Jesús no tenía en ellos un grupo de hombres que
verdaderamente lo comprendiera; que vieran quién era y entendiesen lo que Él
quería. Surgen continuamente situaciones que nos muestran como permanecía solo
en medio de ellos. […] Los vemos inmersos en las representaciones mesiánicas de
la época que, en el último momento anterior a la Ascensión […], le preguntan ‘¡si
Él va a restaurar la realeza de Israel!’ (Hechos 1, 6)”. [21] El Padre, al ordenar que escuchasen al Hijo en todo, los incita a considerar la ardua realidad de la Cruz; a seguir su elegido de acuerdo con lo que era, y no con lo que les gustaría que fuese.
Concluida la portentosa visión, Jesús permaneció en oración toda la noche y descendió al día siguiente, acompañado por los tres Apóstoles, El silencio guardado en el camino de regreso denota el gran impacto causado por la Transfiguración, pues cualquier comentario a propósito de lo que habían visto sería inexpresivo. Es oportuno recordar que, inmediatamente después de regresar, se depararon con un niño poseído, sobre el cual Él hizo un exorcismo que provocó una gran repercusión (cf. Mt 17, 14-20; Mc 9, 14-29; Lc 9, 37-42).
La Transfiguración del Señor en el Monte Thabor |
Las consolaciones nos sostienen hacia la victoria final
La liturgia de este domingo, al recordar la promesa hecha a Abraham, las palabras de San Pablo y la escena de la Transfiguración, nos enseña que las gracias místicas recibidas por nosotros en el transcurso de la vida espiritual no nos son dadas con la finalidad de establecer una existencia agradable en esta Tierra, en la que nos gustaría montar una tienda para permanecer en estática contemplación, sino para que, a través de ellas, tengamos fuerzas para enfrentar los embates de la vida en vista del fin para el cual fuimos llamados.
En realidad, la vía mística es una pre-figura de la bienaventuranza eterna, y no un goce de la vida terrena. La felicidad en este mundo deriva de la lucha contra el mal existente dentro y fuera de nosotros y, sobre todo, de la lucha por la gloria de Dios, de modo que esas consolaciones nos son ofrecidas para alimentar la virtud de la esperanza.
Resaltando la importancia de tales gracias, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira afirma que ellas" son una especie de preanuncio de la visión beatífica en el cielo, y tienen por efecto hacer que nuestras almas queden mucho más abiertas a la comprensión sobrenatural, a la comprensión de lo maravilloso, al deseo de las grandes cosas, de los grandes desafíos". [22] Por esta razón, estemos atentos a las manifestaciones divinas en nuestra vida, disipando cualquier torpeza que nos impida percibirlas y creciendo en la certeza de que, después de las luchas pasajeras de la vida terrena, nos aguardan las alegrías de la convivencia eterna con Dios, para el cual hemos sido llamados. ¡En el Cielo, donde no será necesario armar tiendas, nuestra morada es preparada por el Divino Maestro para hacer perdurar eternamente las alegrías de su esplendorosa Transfiguración!
(CLÁ DIAS EP, Monseñor João Scognamiglio. In:” Lo inédito sobre los Evangelios” Vol. III, Librería Editrice Vaticana).
[21] GUARDINI,
Romano. O Senhor. Lisboa: Agir, 1964, p.70-71.
[22] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 19 nov. 1989.
[22] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 19 nov. 1989.