"Toma tu cruz" dice Jesús en el Evangelio de este XXIV Domingo |
Preparando los apóstoles para lo que vendría, Jesús les revela al mismo
tiempo su divinidad y su próxima Pasión. Las reacciones de Pedro le valen el
elogio y la reprensión del Señor, y el episodio termina con Jesús invitándonos
a seguirlo: “Toma tu cruz”.
I – La vía elegida por Dios para la redención
El orgullo de nuestra naturaleza decaída lleva al hombre, no pocas veces, a creerse Dios o buscar igualarse a Él.
Tal vez por esa razón, pero sobre
todo por las limitaciones de nuestro estado de contingencia, si tuviéramos que
imaginar un Salvador, éste tendría que ser glorioso, transcurriendo su misión
de victoria en victoria, y coronada por un esplendoroso triunfo final. Así lo
concibieron los hijos de Zebedeo y su madre: "Él le dijo: '¿Qué quieres?'
Ella respondió: 'Ordena que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu
derecha y otro a tu izquierda'” (Mc 10, 36-37).El orgullo de nuestra naturaleza decaída lleva al hombre, no pocas veces, a creerse Dios o buscar igualarse a Él.
Esta mentalidad acompañó al pueblo elegido, incluso a los Apóstoles, hasta el
descenso del Espíritu Santo, como nos declaró San Lucas en los Hechos de los
Apóstoles: "Entonces, los que se habían congregado le preguntan:"
Señor, ¿ha llegado el tiempo en que vas a restaurar el reino de Israel? (Hechos
1, 6). Jesús ya había declarado que regresaría al Padre, que su Reino no era de
este mundo, etc. Sin embargo, nada de eso bastó; los anhelos de dominio no los
abandonaban un solo instante. Eran esas las ideas fijas que hicieron oscuras la
fe del pueblo elegido, dificultando adherir a los dogmas de la Encarnación,
Pasión y Muerte del Cordero de Dios.
De hecho, el gran misterio de un
Hombre-Dios sufriente y moribundo, clavado en una cruz entre dos ladrones,
abandonado por su pueblo, despreciado por todos y, más especialmente, por las
altas autoridades, sólo es admisible con una vigorosa fe. Sin embargo, esa fue
la vía elegida por Dios para la Redención.
La gloria no estuvo ausente en la Pasión del Señor. Muy por el contrario, es imposible imaginarla mayor o, hasta aumentada de alguna franja, por minúscula que sea. Sin embargo, ella no puede ser vista a través de un prisma meramente temporal. Esta gloria sólo es comprensible a través de la mirada de la eternidad. Por otra parte, si bien nacemos según los calendarios de este mundo, nuestro destino post mortem no tiene límites en el tiempo, y es en función de él que debemos pautar nuestra existencia.
Este es el fondo de cuadro en el cual se desarrolla la Liturgia de este XXIV Domingo del Tiempo Ordinario.
La síntesis del presente Evangelio se concentra en dos extremos armónicos. Por
un lado, los Apóstoles reciben la revelación de la divinidad de Jesucristo y,
por otro, de la Pasión del Señor. Como anexos a ese cuadro de enorme paradoja,
está la reacción de Pedro y, por fin, la declaración de Jesús sobre la condición
para seguirle: "Toma tu cruz".
II – “Tú eres el Cristo”
Los hechos se dan en el camino a Cesarea de Filipo. Esta ciudad otrora se llamaba Paneion, pues, durante largo tiempo, sus habitantes prestaron culto al dios Pan, en una cueva natural allí existente. Filipo, hijo de Herodes el Grande, hizo todos los esfuerzos para reconstruirla, ampliándola y embelleciéndola, y para caer en gracia del emperador Tiberio César, le cambió el nombre llamándola Cesarea de Filipo.
Según opina San Agustín, haciendo una aproximación entre esta narración de
Marcos y la de Lucas (9, 18), Jesús después de rezar, y recogido aparte,
comenzó a interrogar a los Apóstoles. Transluce en este episodio el empeño del
Divino Maestro en preparar los fundamentos de su Iglesia. Ya había desarrollado
ampliamente su acción junto al público, se hacía necesario, a esa altura, dejar
fijados los elementos para dar continuidad a su obra salvadora.
(Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II, Librería Editrice Vaticana)
* Fundador de los Heraldos del Evangelio
Texto completo en: Comentario al Evangelio del XXIV Domingo del Tiempo Ordinario –Ciclo B – por Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, EP
La gloria no estuvo ausente en la Pasión del Señor. Muy por el contrario, es imposible imaginarla mayor o, hasta aumentada de alguna franja, por minúscula que sea. Sin embargo, ella no puede ser vista a través de un prisma meramente temporal. Esta gloria sólo es comprensible a través de la mirada de la eternidad. Por otra parte, si bien nacemos según los calendarios de este mundo, nuestro destino post mortem no tiene límites en el tiempo, y es en función de él que debemos pautar nuestra existencia.
Este es el fondo de cuadro en el cual se desarrolla la Liturgia de este XXIV Domingo del Tiempo Ordinario.
Monseñor Joao S. Clá Dias, EP |
II – “Tú eres el Cristo”
Los hechos se dan en el camino a Cesarea de Filipo. Esta ciudad otrora se llamaba Paneion, pues, durante largo tiempo, sus habitantes prestaron culto al dios Pan, en una cueva natural allí existente. Filipo, hijo de Herodes el Grande, hizo todos los esfuerzos para reconstruirla, ampliándola y embelleciéndola, y para caer en gracia del emperador Tiberio César, le cambió el nombre llamándola Cesarea de Filipo.
(Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II, Librería Editrice Vaticana)
* Fundador de los Heraldos del Evangelio
Texto completo en: Comentario al Evangelio del XXIV Domingo del Tiempo Ordinario –Ciclo B – por Monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, EP