sábado, 24 de febrero de 2018

Comentario al Evangelio del II Domingo del Tiempo de Cuaresma (domingo 25 de febrero) Ciclo B - por Monseñor Joao S. Clá Dias, EP.

[…] III – ¡Ofrezcamos en holocausto aquello que nos aparta de Dios!
La Transfiguración del Señor en el Monte Tabor.
Ante la enseñanza de la Liturgia de este domingo, no podemos olvidarnos que el amor manifestado por el Padre por nosotros en la mactatio –inmolación- de su Hijo, merece reciprocidad. Dios espera de cada uno de nosotros este sacrificio: desapego de aquello que nos desvía del rumbo correcto, o de cualquier lazo que amarre nuestro corazón a algo que no sea Él, y docilidad en relación a su voluntad. Una vez que nos llamó a la santidad, Él nos quiere por entero y que estemos constantemente con el puñal
levantado como Abraham. Si Abraham estuvo dispuesto a ofrecer en sacrificio a su hijo Isaac, ¿cómo no estaremos nosotros listos para renunciar a aquello que constituye un obstáculo para la salvación y para nuestro relacionamiento perfecto con el Señor? ¡De cuánto provecho sería hacer un propósito ardoroso de poner sobre la leña cada uno de nuestros caprichos, sobre ellos descargar el cuchillo y, en seguida, prenderlos fuego, inmolándolos en holocausto a Dios! De este modo, como Abraham, nos haríamos libres de cualquier aprecio desordenado a las creaturas.
Abraham ofrece en el altar a su hijo Isaac.
Es común que oigamos elogios a la fe del santo patriarca, que realmente es digna de toda alabanza; pero tal vez sea más bella su obediencia, reflejada en la del hijo Isaac. “La obediencia –afirma San Ignacio de Loyola- “es un holocausto, en el cual el hombre entero, sin quitar nada de sí, se ofrece en el fuego de la caridad a su Creador y Señor […]; es una entera resignación de sí mismo, por la cual se despoja todo de sí, para ser poseído y gobernado por la Divina Providencia”.[8] La obediencia practicada con tal radicalidad nos obtiene la realización de las promesas, porque Dios le asegura a Abraham: “Juro por mí mismo –oráculo del Señor-, una vez que actuaste de este modo y no me negaste tu hijo único, yo te bendeciré y haré tan numerosa tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de los enemigos. Por tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la Tierra, porque me obedeciste” (Gn 22, 16-18). Qué consuelo sería poder oír la voz de Dios diciéndonos: “Una vez que rechazaste todos tus apegos, los quemaste y los pusiste en un altar en sacrificio. Yo te bendeciré, porque tú me obedeciste”. La obediencia es de las virtudes que más agradan a Dios; no aquella que se basa en exterioridades, sino la que nace del fondo del corazón, como fue la de Abraham: esta es la obediencia auténtica.
Una vez más, en la segunda lectura, San Pablo nos anima a tomar esta postura, por tener un intercesor en el Cielo: “Jesucristo, que murió, más aún, que resucitó y está a la derecha de Dios” (Rm 8, 34). Abraham no contaba con Nuestro Señor junto al Padre para pedir por él, ni siquiera la Santísima Virgen. Sin embargo nosotros, en una situación muy superior a la del patriarca, tenemos la intercesión de un Abogado absoluto y de una Medianera de impetración omnipotente, lo que nos llena de confianza. No nos olvidemos, tampoco, que “noblesse oblige –nobleza obliga”. Dotados de tantos privilegios, debemos corresponder más que el propio Abraham.
Monseñor Joao S. Clá Dias, EP.
En el Evangelio de hoy, la voz del Padre nos exhorta: “¡Escuchad lo que Él dice!” Recordémonos, entonces, lo que Nuestro Señor enseñó: “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Lc 9, 23). Esta cruz no es pesada, al contrario, alivia los pesos de nuestra conciencia. Ella significa obedecer a la voluntad de Dios. El 2° Domingo de Cuaresma nos estimula a tener frente a nuestros ojos aquello que alimenta nuestra fe, aumenta nuestra capacidad de sufrir y nos proporciona alegría en medio de tantos tormentos.
(MONS. JOAO CLA DIAS, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II, Librería Editrice Vaticana).
[8] SANTO INÁCIO DE LOYOLA. Carta 83. A los Padres y Hermanos de Portugal. In: Obras Completas. Madrid: BAC, 1952, p.838.