lunes, 20 de febrero de 2017

Comentario al Evangelio del VII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A (19 de febrero)

Por Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP.
[...] Llamados al verdadero heroísmo
La vida sobrenatural en nosotros es plausible de crecer, en la medida en que recemos, nos esforcemos en la práctica de la virtud evitando las ocasiones  de pecado y frecuentemos los Sacramentos. Más que en otras épocas históricas, vivimos rodeados de peligros que amenazan nuestra perseverancia. Para resistir a esas solicitaciones del demonio, del mundo y de la carne,  es indispensable alimentar un gran deseo  de alcanzar el heroísmo de la perfección. En el cielo nos está reservado un lugar que podremos ocupar con más o menos brillo, dependiendo de la fidelidad con que busquemos ser “perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto”.  La conocida  máxima de Paul Claudel, “la juventud no fue hecha para el placer, sino para el heroísmo”, en realidad está incompleta, pues el heroísmo en materia de virtud no es una obligación exclusiva de los jóvenes, sino de todos los hombres, sin excepción.
Ejemplos edificantes

Encontramos estas disposiciones con abundancia en la vida de los santos. Cierta vez, San Francisco de Sales, siendo obispo de Ginebra, recibió un noble que lo llenó de las mayores ofensas, a las cuales él nada respondió, guardando un silencio lleno de dulzura y serenidad. Luego de la salida del visitante, un sacerdote que asistió a la escena le preguntó a San Francisco por qué no retaba esta insolencia con firmeza. “Padre” –respondió el santo- “hice un pacto con mi lengua, por lo cual ella se callará mientras mi corazón esté inquieto y no replicará jamás a ninguna palabra capaz de provocarme cólera”.  Como era su persona la que estaba en juego, yuguló el amor propio y se mantuvo impasible. Dos días después, el culpable, conmovido por la caridad del obispo, en lágrimas vino a pedirle perdón. ¡Así debemos ser!
De esto también fue ejemplo el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira –gran admirador de San Francisco de Sales-, con quien el autor de estas líneas convivió durante casi 40 años. Él se mantenía permanentemente en el espíritu del Evangelio, aún frente de sufrimientos causados por personas cercanas. Debido a la restricción de algunos de sus movimientos, como consecuencia de un accidente automovilístico, necesitaba de ayuda para algunas actividades de la vida diaria. Su entero desapego lo llevaba a ni siquiera elegir las ropas que usaba, dejando a otros la tarea. A veces la elección inadecuada lo llevaba a usar un traje liviano en un día frío o un traje de invierno en día caluroso, lo que él aceptaba, enfrentando las incomodidades sin quejarse jamás.
No era raro, cuando alguien le pedía un encuentro, que él no determinase el lugar de la reunión, pero pidiese consultar a la persona dónde le gustaría ser recibida. En cierta ocasión, el Dr. Plinio recibió en su casa, a las seis de la tarde, a algunos visitantes llegados del exterior, y éstos quedaron tan entretenidos y encantados en la conversación con el anfitrión que siendo las once de la noche aún no se habían retirado. En ningún momento el Dr. Plinio les daba a entender lo avanzado de la hora pues, si no estaba comprometida la Causa Católica, él con gran mansedumbre y cordura, procuraba adaptarse a los otros, haciéndoles su voluntad.
Al admirar tales hechos, no podemos olvidarnos que el verdadero heroísmo de la virtud es  inseparable de la entrega completa en las manos de Dios, teniendo conciencia de que cualquier acto bueno viene de la gracia, y no de la naturaleza humana. Nosotros también somos llamados a seguir este camino: ser perfectos como lo desea el Padre celestial, ¡cuyo auxilio para tal no nos faltará!
(CLA DIAS, EP Monseñor João Scognamiglio in “Lo inédito sobre los Evangelios” Tomo I Libreria Editrice Vaticana).
Texto completo: Comentario al Evangelio del VII Domingo del Tiempo Ordinario

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